Me animé finalmente a interrumpir su distracción en la calle y le pregunté: ¿Dónde está el bote? Él volteó, pero regresó a distraerse en la calle. Empecé a caminar hacia él, lo pasé y seguí: ya comenzaba a tener hambre. He de haber caminado unas diez cuadras hasta que encontré un lugar barato para comer; era un lugar de comida corrida. Me senté en una de las mesas que daban a la calle: no quería que las miradas se me clavaran mientras me dirigía a una mesa de más adentro. Me atendió una mesera morenita de unos 16 años; era muy agradable de ver: labios gruesos, mejillas llenitas, piernas y nalgas también, y senos chiquitos. No era delgada pero tampoco gorda. No sonreía al atender, era seria, muy concentrada en su trabajo. A mí me gusta que me atiendan así: sin que se concentren en mi persona; que sólo estén atentos a lo que digo y no a mi rostro o gestos o ademanes: sólo a los platos que elijo. En este caso me gustó que me atendiera así, no sólo porque no me incomodaba, sino porque, además, podía contemplarla sin que se diera cuenta o pensara que me gustaba: sólo quería mirar. Mientras me servía, o a otros clientes, la observaba: veía cómo se ponía de puntitas para alcanzar algún platillo que le pasaba el cocinero por encima de una barra con anaqueles; cómo estaba vestida; cómo parecía que no rompía un plato pero era capaz de vociferar con firmeza lo que pedían los comensales; veía su perfil entero al caminar; su boca, que asemejaba un beso al aire; sus mejillas, que eran como las de un bebé, y su contrastante adultez incipiente. Justo cuando dejé la propina y me di media vuelta para salir, me encontré con el pastor alemán. Estaba sentado, muy tranquilo, mirándome. Cuando llegué a él, se levantó y se puso a caminar. Yo lo seguí. Me llevó al bote, y nos subimos.
1Sin rumbo (fragmento iii) y Sin rumbo (fragmento v)
Enrique Ruiz Hernández
1 comentario:
Me gustó mucho la forma como está narrada esta historia, y el giro final que me sacó una risa. En fin, muy agradable la lectura.
Saludos.
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