4 de diciembre de 2011

Esplín


Despertó contento, contentísimo: soñaba que era un científico de renombre; que asistía a un congreso en Hungría; que tenía, con sus iguales, discusiones estimulantísimas: hablaban de cosas importantes, de cosas que impactarían la vida de grandes conjuntos de seres humanos... Poco a poco ese sentimiento ufano se desvaneció mientras miraba a través de la ventana desde su apartamentito del piso 12: el cielo era gris, la ventana estaba sucia, los árboles no tenían hojas, debía la renta, al día siguiente se levantaría a las cuatro de la mañana, llevaba años solo teniendo como único amor los movimientos mecánicos de una prostituta que nunca era la misma en cada acostón, el piso estaba sucio y lleno de pelusas, sus uñas de los pies llenas de hongos, sus manos estaban cansadas, su corazón estaba exhausto, su cuerpo se deterioraba, sus ojos estaban vidriosos... Un cañón que iba de la sala hasta su habitación le apuntaba a la cabeza: el esplín acerado penetró el cráneo: menos de media cabeza con un ojo izquierdo tristísimo y ensimismado miraba desde la ventana, los sesos en el muro se resbalan lentamente.