30 de octubre de 2007

Adivina adivinanza. ¿Qué tiene el rey en la panza?


El lunes 4 de septiembre de 2006 escuché a conocidos, cuates y amigos discutir sobre el porqué de la tabla de verdad del 'si... entonces...' Me llamó mucho la atención; me hubiera gustado comentar, pero como había sólo personas por lo menos conocidas, no me sentí con la suficiente confianza como para decir algo. Esa discusión me dejó pensando.

Una de las tareas que se dejó a los alumnos de Álgebra Superior I fue demostrar que dos igualdades de conjuntos eran equivalentes: la distribución de la unión sobre la intersección y la distribución de la intersección sobre la unión. Lo que hizo la mayoría fue demostrar que ambas eran ciertas. No sabía cómo calificar ese problema: ¿está bien o mal? Antes de que todo me quedara claro, decidí ponérselo mal con la siguiente nota: “Hay que demostrar que si la primera igualdad es cierta entonces la otra también es cierta, y viceversa”.
     Ahora lo tengo claro: dado un universo de discurso —si se parte de cierto número finito de axiomas, por supuesto, además de los de la lógica clásica— hay que verificar que no es posible, en el caso de la equivalencia, que se dé el caso de que dos afirmaciones tengan distintos valores de verdad; tal verificación se puede hacer de dos maneras:
O mostrar que siempre es el caso que las dos afirmaciones son ciertas o las dos son falsas. O mostrar que dada que una es cierta, la otra tiene que serlo, y viceversa.
     Nunca he visto que cuando se quiere demostrar la equivalencia de dos afirmaciones, se demuestre suponiendo la falsedad de una para concluir la falsedad de la otra... Ay, qué tonto, por supuesto que no puede ser así, pues los argumentos válidos sólo sirven para obtener de premisas verdaderas conclusiones verdaderas: jajajajajajaja.1

© Enrique Ruiz Hernández

1Este relato aparere, con unos pequeños cambios, en el libro Neftis Amonet y otros relatos, aunque yo diría que, más bien, con una pequeña corrección.

29 de septiembre de 2007

Segurito es un matón

Había unos hombres a la entrada de la puerta, todos con sombreros, verdes, extrañamente, si se piensa con detenimiento y cesudez. Uno llevaba una pistola dorada, posiblemente de oro de 24 kilates, como todo hombre que se quiere dar a respetar. Los demás simplemente lo imitaban. Impresionados por aquel hombre de pistola dorada seguramente de oro, abrimos un poco los ojos de asombro pero lo sufientemente poco como para pensar que el hombre de la pistola dorada no se hubiera dado cuenta.
     Depués de unos segundos todo volvió a la normalidad: hombres que juegan a las cartas mientras se beben un tequila, un pulque o un mezcal; mujeres vehementemente maquilladas hasta casi hacer desaparecer sus rasgos frescos, lozanos y jóvenes o caducos, marchitos y viejos se pasean entre los ebrios, jugadores y simples parroquianos que sólo quieren apaciguar su soledad; dos cantineros que entienden de gestos cualquier deseo de los clientes: una mano levantada con pesadez y dejada caer prontamente, un tequila; los dos brazos recargados con negligencia y aparente despreocupación, un pulque; una inclinación hacia la barra con una mano que pide acercamiento para ser escuchado atentamente por el cantinero, un mezcal.

     — Nunca había visto una pistola como ésa —dije en voz baja, casi entre los dientes y con los ojos dirigidos hacia el grupo de hombres con sombreros verdes.
     — Ni yo tampoco —dijo Maclovio con indiferencia mientras miraba sus cartas.
     — Segurito es un matón —dijo Lencho con harta seguridad mirando de soslayo al grupo de hombres con sombreros verdes, bajando y subiendo la vista, por miedo a tropezar su mirada con la del hombre de la pistola dorada. Lencho siempre ha sido un collón.
     — Segurito que sí —enfaticé, con una mueca en que las comisuras de la boca hacen una herradura con los extemos hacia el piso, con seguridad mecánica y aparente reflexión pues.

Los hombres con sombreros verdes caminaron entre las mesas, el de la pistola dorada por delante, los otros detrás de él; éste lo hacía mirando de un lado al otro, con superioridad, soberbia, con tanta seguridad y tanta temeridad que hasta los perros que descansaban en el suelo se levantaban chillando a su paso; los otros no eran nada: simples seguidores, lacayos lamebotas que hasta el más débil simún asustaría.
     El hombre de la pistola dorada levantó su mano derecha con pesadez y la dejó caer prontamente sobre la barra. El cantinero más gordo ya estaba sirviendo un tequila. "Un tequila", reclamó el hombre de la pistola dorada. Justo cuando el cantinero llevaba el tequila listo, el sudor en su mano lo traicionó: pasmado, vio caer con una lentitud sobrenatural el caballito de tequila. Crrrsh: alzó rápidamente su mirada hacia la del hombre de la pistola dorada. "Imbécil", gritó éste. "Tráeme otro".
     Maclovio se levantó de su silla, ruidosamente. Los hombres con sombreros verdes voltearon, lo miraron, salvo el de la pistola dorada.
     — Nadie le grita "imbécil" a mi amigo —reclamó Maclovio.
     — Yo le grito "imbécil" a quien me venga en gana, imbécil —dijo con desafío, con su mano pegadita en la funda de su pistola color oro, como el de un buen mezcal de gusano.
     — ¿Tons qué? ¿Afuera? —dijo Maclovio como si invitara a un niño a un duelo de canicas.
     — Ja. Seguro —dijo con tanta confianza que todos pensamos: pobre Maclovio, ya se lo cargó la chingada.

Algunos en el pórtico, como yo, y otros detrás de las ventanas, mirábamos al hombre de la pistola dorada y a Maclovio enfrentados con un temor que apretaba el cuello y cerraba la garganta pero con una postura tan indiferente que nadie veía nuestro miedo, ni yo en un espejo.
     El sol estaba en su zenit. Un simún sopló; calentó las pistolas hasta hacerlas intomables. Maclovio movió primero su mano; la pistola dorada se encontró sorprendentemente primero en el aire que la de Maclovio; un tronido de bala derribó antes al hombre de la pistola dorada; éste alcanzó, sin embargo, a sacar un tiro; Maclovio nunca disparó. Maclovio estaba herido. El hombre de la pistola dorada, muerto.
     Maclovio se dio cuenta; me miró; se acercó lentamente hacia mí, indeciso, pero siempre manteniendo la mirada en la mía. Se detuvo; pude percibir su olor fermentado por el miedo y el calor; vi lo rojos que estaban sus ojos, llorosos, cristalinos.
     Maclovio me mató.1

1Este relato aparece, después de ser tallereado, en el libro Neftis Amonet y otros relatos.

26 de septiembre de 2007

15 de julio de 2007

Una vez cuando tenía 15 años

Der zweite Dezember neunzehnhunderteinundneunzig

Hoy en la escuela no pasó algo interesante, por lo cual no contaré qué pasó ahí.
Después de haber comido fui a la casa de Joaquín. Toqué el timbre, me abrió Ana Paleta, luego vi a Joaquín Paleta. Pero ahí había una Paleta cuyo nombre no conocía; lo que sí observé es que era de sabor limón. Luego Joaquín después de haber filmado a Audaz Paleta, subió conmigo a la azotea del carro de paletas. Ahí me encontré con dos pequeñas cajas en las cuales se guarda dinero; estaban sonriéndome. Una de ellas me dijo que se sentía algo mal porque tenía rota la espalda. Caminé a la derecha, encontrándome con la tapa del carro de paletas; la abrí; en eso casi me pica una araña. Volví a cerrar la tapa. De pronto unos gritos llamaron a Joaquín: ¡Concha!, que venía por una bombita de aire; ella venía acompañada de Mamachilindrina; porque creo que a ellas se les había desinflado o ponchado una dona. Después de que Joaquín le dio la bombita, ella se fue: Concha. Pasando el tiempo, Joaquín se acordó que tenía que hacer un trabajo de metodós; entonces fuimos a la casa de Rafael Lagaña. Ya en su casa, ¡sorpresa!, nos encontramos a Mundoseja. Rafael, como tiene Lagaña-Nintendo, Joaquín... bueno, todos los que estábamos ahí nos pusimos a jugar Top Gaña. ¡Qué padre juego! Jugar Top Gaña fue lo que estuvimos haciendo; así que luego Joaquín y yo nos fuimos de la casa; de ahí nos fuimos al carro de paletas; llegando ahí nos pusimos a ver las luces de las casas en el cielo. De repente se escucha un claxon, era el de mi coche, el HAMMERMOBIL. Por lo tanto partí a mi casa. Cuando llegué, me puse a ver T.V. HAMMER, pero después me aburrí, así que me fui a comer GalletaHAMMERs; luego tomé LecheHAMMER y volví a ver T.V. HAMMER; volví a aburrirme, por lo que me fui a acostar, es decir, a dormir, para luego soñar que bailé con los angelitos.

18 de junio de 2007

Teor funda Arit


El código de Arit dice lo siguiente: Si Zuunya lo hace y si cada vez que un avazya lo hace, lo hace el avazya más próximamente superior en el sistema de castas, entonces todos en Arit lo hacen.
     Dicho código, bien llamado por los avazyas el principio del buen comportamiento, mantiene el orden en la fantásticamente numerable ciudad de Arit.
     En el riguroso sistema de castas de Arit, los muulabhuutas son primordiales, los supervisores de Teor; sin ellos Arit sólo habría sido habitada por Zuunya y Ekam: todo avazya superior a Ekam y Zuunya en el sistema de castas de Arit es supervisado por un único consejo finito de muulabhuutas.
     Zuunya, Ekam y muulabhuutas avazyas también son.
     Un muulabhuuta es sólo supervisado por sí mismo y Ekam. Si un consejo de avazyas es supervisado por un muulabhuuta, dicho muulabhuuta supervisa a algún avazya de dicho consejo; es claro que no a todo avazya, pues algún avazya muulabhuuta podría ser.
     Yamala, el próximo superior a Ekam en el sistema de castas de Arit, un muulabhuuta es. Si un avazya ni Yamala ni un muulabhuuta es, entonces por un consejo de avazyas inferiores a él supervisado es; así que, por el principio del buen comportamiento, que mantiene el orden en Arit, cada avazya de dicho consejo es supervisado por un consejo finito de muulabhuutas; de modo que el avazya superior a cada avazya del consejo, el que ni Yamala ni un muulabhuuta es, supervisado es por un consejo, más grande, pero finito de muulabhuutas.
     Sólo aquel que comprenda de verdad el principio del buen comportamiento sabrá por qué el consejo de muulabhuutas que a un avazya supervisa único es.
     Así fundó Teor Arit.1

1Según expertos en historia de las matemáticas, este texto contiene el Teorema Fundamental de la Aritmética y pertenece, quizás, a una sociedad pitagórica española de finales del siglo XVII y principios del XVIII. Esto hace pensar que, tal vez, Carl Friedrich Gauss no fue el primero en demostrar tal teorema.
     El documento aparece sin título. Yo lo presento con éste y una ortografía actual, porque el texto me pareció casi un relato.

1.1Este cuasi-relato aparece en Neftis Amonet y otros relatos.


6 de abril de 2007

Fundillo va con el genetista

Fundillo se sienta y deja caer una mirada penetrante y de niño amenazador sobre los ojos impávidos y metálicos del genetista.
— Tiene síndrome de Tourette.
— ¿Y qué es eso, PUTA MADRE?
— Pues grita de pronto y sin control, frecuentemente malas palabras, Señor Fundillo —dijo el genetista antes de hacer una larga pausa—. También tiene síndrome de Down.
— ¿Chingada madre, y eso qué es, CABRÓN?
— No me va a entender —dijo el genetista anonadantemente antes de hacer una pausa corta pero perceptible—. También tiene atrirrinia —dijo el genetista con ojos de niño que espera con ansias la reacción por su travesura—.
— ¿Atrirrinia, RECÓRCHOLIS?
— Falta congénita de tres narices —presuroso dijo el genetista antes de que alguien más le ganara la respuesta, después de lo cual se sintió aliviado, como después de cagar.
...1

1Es difícil escribir puntos suspensivos en mayúsculas.

3 de marzo de 2007

Biopotamología por un teenek

Mi especialidad es la biopotamología, la vida, de cualquier tipo, en los ríos. He viajado por todo el mundo y he hecho descubrimientos zoológicos, algunos sin apoyo, otros con apoyo (de algunas fundaciones, como WWF, que definitivamente tuvo que ver con el descubrimiento del interesantísimo arctopótamo).
     Antes que nada, quisiera hablar del porqué me interesé tanto en la vida, animal sobre todo, en los ríos. Mi infancia, como muchos teeneks, la pasé cerca de un río, el Pánuco, el cual siempre me pareció fascinante por su caudal tan vigoroso y sus extraordinarios animales. Ahí vi mi primer críptido, el laab pay'loom te', o elafopótamo, como lo llamo ahora.
     La criptozoología es como los teeneks: pobre, sin interés, poco exigente y dócil; somos distintos a los ejeks: exigentes, interesantes, ricos; todo como desde el comienzo: criptozoólogos frente a zoólogos, agricultores frente a criadores, teeneks frente a ejeks, baatsik' frente a teeneks.
Por supuesto, el primer biopótamo del que hablaré será el elafopótamo, o ciervo de río, en teenek, laab pay'loom te', árbol padrino. Nosotros los teeneks atribuimos a este animal el papel de cuidar al niño después de que éste acaba de nacer; la vida del niño depende de la robustez de su árbol padrino.
     El elafopótamo en realidad no pertenece a la familia Cervidae, ya que es carnívoro además de herbívoro: se alimenta de pintontles moribundos, caracoles, bagres enfermos y de plantas ribereñas; pocas veces sale del agua, y se alimenta durante la noche: es un baatsik' protector de lo salvaje, del inframundo. El elafopótamo suele revolcarse en el lodo de zonas poco profundas o en marismas: es sucio como los teeneks. Su cornamenta es intrincada, desordenada, con una envergadura de hasta dos metros, cubierta por un terciopelo. Tiene una altura de dos metros y medio, dos metros diez hasta la cruz y pesa entre 550 y 730 kg. Su pelo es áspero de color pardo rojizo; tiene una melena de pelo hirsuto y más oscuro que el resto del pelo, incluso llega a ser negro. El laab pay'loom te' es de los primeros, los baatsik', los temorosos del sol, y nosotros los kwitol, los niños, los sin razón.
     En el sur de Vietnam, a unas cuantas horas de Can Tho, a lo largo del río Mekong, se extiende un vasto territorio muy poco explorado debido a su difícil acceso. En el río Mekong habita el Cửu Long, o el arctopótamo como yo lo llamo y que quizás debería llamar artopótamo. El arctopótamo, u oso de río, es un mamífero herbívoro de color rojo óxido, cola larga y rayada: podría estar emparentado con el panda rojo, es decir, podría pertenecer a la familia (Ailuridae) de los elúridos; sin embargo, presenta dos grandes diferencias con el panda rojo: su tamaño: llegan a medir hasta dos metros y medio de largo, y sus patas, que son más largas y desarrolladas, posiblemente adaptadas para nadar largas distancias en el difícilmente navegable Mekong, en vietnamita, Cửu Long Giang, río de los nueve dragones, seres paradójicamente baatsik' y de luz y fuego.
     El coracopótamo, o cuervo de río, se encuentra en el río Podkamennaya, en Rusia. Debido a que no hay reportes de dicha ave sino a partir del acontecimiento de Tunguska, explosión termonuclear aérea debida posiblemente a un meteorito, es posible que el coracopótamo sea una mutación de algún córvido de la regíon, tal vez el corvus corax. Su plumaje es todo negro con brillos púrpuras, verdes y azules; su pico y patas también son negros. Se alimentan de pequeños peces, en el río, y de carroña, en tierra. Llegan a medir, de pie, pues en tierra andan como pingüinos, hasta 110 cm. Son bastante agresivos y andan en pequeñas parbadas (aunque no vuelan) de hasta diez miembros. En ocasiones se atacan entre ellos hasta llegar al canibalismo.
     Finalmente voy a hablar de mis tres últimos y más fascinantes descubrimientos en el río Cuando, en la frontera de Zambia, Angola y Namibia: los teratopótamos: el egopótamo y el sipótamo, y el hepótamo, el alopótamo, el antropopótamo.
     Me encontraba ya cerca de la frontera tripartita cuando el Cuando comenzó a ponerse cenagoso y a transformarse en un laberinto de pequeños pantanos; muy pronto, árboles gigantescos, negros y cubiertos por bejucos atiborraron el laberinto del Cuando de manera que poca luz llegaba hasta el curso del río. Mi canoa andaba lenta; llegó a detenerse varias veces, veces en las que el cieno llegaba a burbujear, a toser y expectorar flemas. La última ocasión que se detuvo traté de hacerla avanzar pero tuve que desembarcar: mi remo se había atascado en aquel cieno flemático. De pronto, me hundí; todo estaba borroso, turbio, viscoso, pesado; empecé a andar sobre el fondo del río, a cuatro patas, mientras pensaba en Ti; Yo Te hablaba en baatsik', y Te preguntaba quién era Él; en baatsik' siempre Me contestabas; Te reconocí muchas veces y otras no; Él siempre estaba ahí, presente, tan lleno de luz y enceguecedor. Finalmente supe quién era: Teenek.1

© Enrique Ruiz Hernández

1El relato completo aparece, con varios cambios, en Neftis Amonet y otros relatos.


9 de febrero de 2007

Luisazulandia, una isla de Colombia

Luisa Fernanda vive aislada, en una isla, en Luisazulandia, lugar lleno de palmeras de hojas legibles con cocos de letras, como la sopa, la sopa de letras; de hecho, todas las plantas, toda la flora de Luisazulandia son de leghojas. Mademoiselle Lasavante, como algunos la conocen, es la única habitante de la isla. Algo muy interesante y extravagante de la isla Luisazulandia son sus aves: todas reflejan el humor de la Sabia: cuando está contenta, todas las aves exhiben unos vientres abultados y jocosos y unos ojos entrecerrados como después de comer, a punto de dormir; cuando está deprimida o enojada contra el mundo, sus pechos se hinchan, sus ojos se ponen rojos y sus picos se ven más largos y amenazantes.
     Pocas veces está cubierta, vestida: para qué vestirse en una isla donde no hay habitante más que uno mismo.
     En la arena, recostada, leyendo alguna leghoja, se la puede ver frecuentemente; digo "se la puede ver", porque yo la he visto, desde el aire.
     Luisa Fernanda pocas veces se deja llevar, muy pocas; esas pocas veces se la ve retozar como una niña que canta al unísono con alguna canción en su cabeza.
     Una sola vez hablé con ella. La extrañé. Ahora sólo la comtemplo, desde el aire.

© Enrique Ruiz Hernández

5 de febrero de 2007

Un día de Quique en el metro

Aujourd'hui c'est Quique le personnage.

Tiene el cabello rizado, casi rojizo en la superficie, castaño más cerca del cuero cabelludo. Me gusta su cabello rizado; je pourrais bien en étirer un, et regarder comment il rapetisse et se rétire comme un ressort; elle est comme un jouet, mais elle ne l'est pas. Platica con una niña sentada a su lado y con la mujer sentada al lado de la niña sentada a su lado, la única niña de la que he hablado hasta ahora. Supongo que la niña es hija de la segunda mujer de la que he hablado, es decir, de la mujer sentada al lado de la niña sentada al lado de la única mujer con cabello rizado de la que he hablado. (Me gusta hablar claramente.) Unos dientes de la niña sentada a su lado —me refiero a uno de los lados de la mujer con cabello rizado— tienen coronas de metal, otros están ausentes y los demás están muy chiquitos para apreciarlos; la niña come un dulce, un dulce anaranjado, que fácilmente podría confundirse con su lengua a pesar del color, del dulce, no de la lengua. La femme à côté de la fillette à côté de la femme aux cheveux frisés, c'est-à-dire, la deuxième en ordre chronologique dans mon histoire, est remarquablement semblable à la seule fillette dont je parle dans mon histoire. Les deux sont laides: elles ont les lèvres grimacées en museau de chien à la face plate, lo cual hace más ostensible la belleza, sospechada, de la mujer con cabello rizado. La rizada —ya saben de quién hablo, creo: soy muy optimista— casualmente me muestra su rostro de frente; efectivamente es bella, o sea, me gusta. Su barba es partida, ce qui ne veut pas dire que sa barbe est partie, voyons donc: elle n'en a même pas. Son nez, même s'il est grand, n'est pas laid (ou laitte, au Québec, bien que je ne saurais pas s'il serait laitte au Québec, par exemple). Je l'aime, elle me plaît. (Me acabo de dar cuenta que no sólo admiraba la belleza de la rizada, sino también la fealdad de la niña y su por mí presumida madre —que no sé si era presumida—. Bueno, pero admiraba más la belleza de la rizada que la fealdad de las otras dos en mi historia, que en realidad pasó.) Sin darme cuenta, la niña hace algo que hace reír a chicos y grandes: hace reír a ella misma y a la rizada —tal vez debería decir “hace reír a una chica y a una grande”—, la rizada voltea hacia mí con una sonrisa en el rostro: sus dientes son chiquitos, no hay espacios entre ellos que yo pueda ver, se ven muy juntos. Su sonrisa no es bella, más bien chistosa; me gusta lo chistoso. Le sonrío tardíamente, pues estoy concentrado en mirar su sonrisa. Ah, elle me sourit encore une fois; elle me plaît de plus en plus: j'aime ses lèvres couleur du bois Panga-Panga et son menton qui n'a pas une barbe partie parce qu'elle n'en a pas. Le métro s'approche de plus en plus à la station où je dois débarquer en même temps qu'on se regarde par petites durées de temps. Tengo que bajar. ¿Qué hago? De reojo alcanzo a ver su ojo derecho que me mira —es fácil pensar que tiene otro ojo derecho que no me mira, pero no—; la niña y su por mí sospechada madre se encuentran entre ella y yo. Lanza una última sonrisa sin destino aparente pis, câline!, je m'apercois qu'elle se brosse mal les dents.

© Enrique Ruiz Hernández