Las escaleras lo miran ponerse los zapatos. Baja. Mira el cielo por la ventana manchada de gotas de lluvias pasadas. Baja. Se pone los zapatos, unos tenis de gamuza naranja. Abre la puerta que da al jardín. Mira la neblina por la ventana. Baja pausadamente las escaleras irregulares de peldaños cubistas. Mecánicamente toma las llaves mientras abre la puerta al jardín. Baja las escaleras y se detiene a mirar la neblina y la luz del este, que la ilumina y la vuelve ligeramente enceguecedora y brillante. El jardín lo recibe con ánimo tenue: los tomates oaxaqueños asombrosamente corrugados meridionalmente, las gardenias rosas y carmesí, el estoico limonero con moho negro pero que da limonzotes, los enfilados helechos al costado de la puerta que dicen ``buen viaje''. Gira la llave azul y abre la puerta a la calle. Come enmiltomatado de cerdo. Sube la pendiente. Ordena consomé y enmiltomatado de cerdo. Por la ventana mira las montañas tapizadas de verde y recubiertas de neblina. Sube la pendiente por donde los autos siempre deslizan sus llantas. Saluda al mecánico y a su esposa voluptuosa. Abre la puerta a la calle y mira al fondo de la privada. Sube lentamente la pendiente cuyo asfalto está parchado con grumos de cemento. Dobla en la peluquería cuyo bazar de ropa exterior e improvisado estorba el paso. Toma un poco de gel antibacterial mientras revisa el menú en el pintarrón. Saluda al mecánico y a su esposa voluptuosa. Vuelve sobre Cumbres de Alcutzingo. Los granos de arena en la calle crujen bajo su paso pensativo y de pequeñez ante las formidables montañas. El consomé tiene pequeños círculos y óvalos de grasa amarilla. Regresa sobre Cumbres de Alcutzingo mirando las montañas calinosas. Termina el consomé y recibe su enmiltomatado de cerdo. Saluda al mécanico con la mano derecha levemente levantada mostrando la palma. Sube la pendiente esquivando la moto aparcada y disfrutando brevísimamente pasar bajo el árbol que ha roto el concreto al lado de las escaleras de cuya puerta siempre sale una anciana con cara de pug. Toma un poco de gel intentando no estorbar el paso. Pasa la peluquería y atraviesa la calle justo antes de llegar a la casa del hombre solitario. Separa la carne de cerdo del espinazo y la deshebra con el cuchillo. Baja la pendiente y da vuelta en la calle cerrada de terracería donde se encuentra su casa. Abre la puerta a la calle, que es un camino adornado con un granado. Toma una cucharada con carne de cerdo, salsa de miltomate, y algo de arroz blanco para amortiguar la acidez. Mira la casucha del hombre solitario: un terreno semihundido con barda de lámina corrugada y oxidada, una casita de tabiques de cemento con techo de lámina, una hoja de lámina como puerta que se quita y se pone, un moño negro. El bocado le sabe a gloria. Abre su casa y pasa al jardín topándose con el resistente limonero ligeramente infestado de pulgones. Mira detenidamente el granado frente a la casa del vecino que golpeó a su mujer. Se quita los tenis de gamuza naranja. Sube las escaleras dando pasos firmes quizá como un soldado. Las hebras suaves de la carne de cerdo, la salsa, las pasas y el arroz conforman una isla sensorial contra el resto de la gente, que sólo le provoca ansiedad. Mira caminar a paso lento al hombre solitario y ligeramente encorvado por la edad con un tazón vacío en la mano. Contempla el jardín ornamentado con un caminito de pies de ladrillo gigantes que van de la puerta secundaria a la puerta principal. Sobre Alcutzingo, se cuida del perro que lo confunde con un perro cuando trae el cubrebocas en forma de un KN95 pero que es sólo de mezclilla oscura. Sube las escaleras. Lo intriga el herrero que siempre trabaja en el patio de la casa a la vista de todos. Le da una cucharada al consomé y sus ojos se encuentran intensamente con los del hombre solitario. En el jardín se deleita con prisa de esas plantas de hojas carnosas con florecitas rojas que siempre tienen abejas. Se quita los tenis, la camisa y el pantalón. Mira, detenidamente y sin aminorar el paso, el magnífico grafiti con un ogro cuyos ojos han sido rayados malintencionadamente con aerosol negro. Lo alegra ver las pasas en el enmiltomatado. Deja la propina. Se pone el pants para andar en la casa. Se quita los tenis, la camisa y el pantalón. Sube. Toma un poco de gel antes de salir. Sube. Las escaleras lo miran quitarse los zapatos.
2 comentarios:
me encanta este texto. va y vuelve como el agua del mar en la arena.
Muy bien. Pero es "enceguecedora", ¿o no?
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