10 de enero de 2012

Cosmogonía proto-zoroastrista


Me pareció muy interesante la cosmogonía proto-zoroastrista por dos razones (y otras también): (1) los dioses, creadores del mundo, están situados fuera del tiempo y el espacio (justo como San Agustín sitúa a Dios): son creadores del tiempo y el espacio; (2) al lado de los dioses, el hombre aparece como copartícipe de la manutención del orden del universo: ayudan a los dioses a mantener el orden (llamado asha por los proto-indo-iranios; asha también tiene otros significados: rectitud, justicia) que gobierna el universo.

“Los dioses crearon el mundo en siete fases. Primero hicieron el cielo de piedra, sólido como un enorme cascarón redondo. En la mitad inferior de este cascarón, colocaron agua. Enseguida crearon la tierra, apoyada sobre el agua como un gran plato plano; y entonces, en el centro de la tierra, formaron las tres creaciones animadas en la forma de una sola planta, un solo animal (el Toro Únicamente Creado) y un solo hombre (Gayo-Maretan, la Vida Mortal). En séptimo lugar, crearon el fuego, de manera visible, como él mismo, y también invisible, la fuerza vital que está presente en todas las creaturas animadas. El sol, parte de la creación del fuego, permanecía inmóvil en las alturas como si siempre fuera medio día, pues al mundo se le dio existencia inmóvil e inmutable. Entonces los dioses ofrecieron un triple sacrificio: machacaron la planta y mataron al toro y al hombre. Por este sacrificio generoso, comenzaron a existir más plantas, animales y hombres. El ciclo del ser y la existencia fue así puesto en movimiento, junto con la muerte, seguida de la nueva vida; y el sol comenzó a moverse a través del cielo y a regular las estaciones según asha.
     Estos procesos natulares, a juzgar por fuentes indias, eran considerados eternos, interminables. Al ser iniciados por los dioses, seguirían para siempre, si los hombres hacían su parte. Así que los sacerdotes pensaban que recreaban el sacrificio original cada día con plantas y animales, con el fin de garantizar que el mundo siguiera su propio curso; y mediante este rito diario, conscientemente purificaban, bendecían y fortalecían cada una de las siete creaciones, las cuales estaban todas representadas en este: la tierra en el terreno ritual mismo; el agua y el fuego en recipientes ante el sacerdote; la piedra del cielo en el pedernal y en el pilón y el mortero de piedra; las plantas en el baresman y la haoma; los animales en la bestia sacrificada (o en productos animales, leche y mantequilla). Finalmente, el hombre estaba presente en la persona del sacerdote oficiante, quien era, de este modo, un cómplice y compañero de los dioses en la tarea de mantener al mundo en un estado de pureza y fortaleza”.

El fragmento anterior se encuentra en la sección quinta del primer capítulo del libro Zoroastrians, their religious beliefs and practices de Mary Boyce.
     Hay otras particularidades del proto-zoroastrismo que llamaron mi atención. Como su visión del mundo, interdependiente y emparentado. Se veneraba a Geush Urvan, el Alma del Toro, divinidad en la que era absorbida el alma de los animales sacrificados, reverenciada al igual que el alma del hombre (estaban emparentados), pues este se alimentaba de la carne de aquellos. Cuando se realizaba el yasna, el rito diario para devolverle fortaleza a la creación toda, se esparcía pasto a los pies de la bestia sacrificada, pues la víctima tenía al pasto como cuerpo. No había una visión de que los recursos estaban ahí para ser explotados.
     O su antigüedad e influencia sobre las religiones más importantes en el mundo: es anterior al zoroastrismo, la religión más vieja de las religiones reveladas, cuyos elementos, algunos, aparecen en las religiones tanto brahmánicas como abrahámicas.

El tema sigue por acá.

2 comentarios:

JBF mx dijo...

Muy interesante la entrada. Las siete fases me hicieron pensar en los siete días del Génesis.

Por cierto, hoy 11 de enero tu blog cumple 7 años.

quique ruiz dijo...

Órale, no había dado cuenta de que justo hoy cumple siete años. Es un buen.
Por cierto, te recomiendo el libro de Mary Boyce.