Los Shipibo-Konibo, otro pueblo amazónico, como los Shuar o Jívaros, tienen una práctica similar pero opuesta a la Tzantza o la reducción de cabezas: el agrandamiento o dilatación de cabezas: Aniatí es como llaman a esta práctica. A diferencia de los Shuar, los Shipibo-Konibo no agrandan las cabezas de sus enemigos para usarlas como amuleto, sino que agrandan las cabezas de sus chamanes, para que los nuevos chamanes obtengan ayuda de sus predecesores, ya que todos son maestros (y yo añado, somos maestros) con sus (nuestras) propias vidas. En el ritual Aniatí, se corta la cabeza del chamán, después de muerto por supuesto, con un techíchica (cuchillo especial para este ritual). Después, con el techíchica se hace un corte detrás de la cabeza y se separa la piel del cráneo. Con un cuchillo más pequeño, un chínti, se saca toda la carne restante. Se lava la piel craneal y finalmente se unta con aceite de pecarí gigante (que es, por cierto, una especie de jabalí gigante recién descubierta en el Amazonas), el cual aumenta la elasticidad de la piel. La unción dura varios días hasta que la piel es casi tan delgada como papel. En ese momento la piel se coloca en una vasija y se cose la parte posterior de la cabeza, donde se hizo el corte para sacarla del cráneo. Luego se le da un baño de cal para secar o extraer el aceite. Entonces se ahuma la vasija que lleva la piel y esta se pinta de negro. Se clavan tres espinas de chonta en los labios y se amarran con cuerdas. Este cosido de labios es idéntico al que se hace en la reducción de cabezas de los Shuar.
Miguel Hilario Manenima, primer indígena Shipibo-Konibo en obtener grado doctoral (en la Universidad de Stanford; es politólogo), en la presentación de su primera y última novela dijo, ante una sala repleta de interesados (en realidad, sólo había diez sillas plegables, no todas ocupadas, pero diez personas más de pie: tal vez no se sentaron porque eran Shipibo-Konibo y los Shipibo-Konibo no se sientan ante gente importante), que, a su muerte, esperaba recibir el ritual Aniatí, pues sería un gran honor; después de todo, un politólogo es como un chamán.
Lo sorprendente de todo esto, es que a Javier Ortiz se le ocurrió una minificción en la que un escritor de minificciones tiene como deseo póstumo que su cabeza reciba la Tzantza. Parece que la ficción imita la realidad1.
1Bueno sería que este relato fuera cierto, pero no lo es.
Hola, Javier. Me inspiré de tu minificción, gracias.
© Enrique Ruiz Hernández
3 comentarios:
caí redondita!
Atrapa la verosimilitud de la ficción (como en los cuentos de Borges) y la conexión con el otro relato multiplica el goce de las letras.
Genial. Me ha gustado mucho. Y también te agradezco que mi micro haya dado pie a éste.
Saludos.
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