9 de febrero de 2007

Luisazulandia, una isla de Colombia

Luisa Fernanda vive aislada, en una isla, en Luisazulandia, lugar lleno de palmeras de hojas legibles con cocos de letras, como la sopa, la sopa de letras; de hecho, todas las plantas, toda la flora de Luisazulandia son de leghojas. Mademoiselle Lasavante, como algunos la conocen, es la única habitante de la isla. Algo muy interesante y extravagante de la isla Luisazulandia son sus aves: todas reflejan el humor de la Sabia: cuando está contenta, todas las aves exhiben unos vientres abultados y jocosos y unos ojos entrecerrados como después de comer, a punto de dormir; cuando está deprimida o enojada contra el mundo, sus pechos se hinchan, sus ojos se ponen rojos y sus picos se ven más largos y amenazantes.
     Pocas veces está cubierta, vestida: para qué vestirse en una isla donde no hay habitante más que uno mismo.
     En la arena, recostada, leyendo alguna leghoja, se la puede ver frecuentemente; digo "se la puede ver", porque yo la he visto, desde el aire.
     Luisa Fernanda pocas veces se deja llevar, muy pocas; esas pocas veces se la ve retozar como una niña que canta al unísono con alguna canción en su cabeza.
     Una sola vez hablé con ella. La extrañé. Ahora sólo la comtemplo, desde el aire.

© Enrique Ruiz Hernández

5 de febrero de 2007

Un día de Quique en el metro

Aujourd'hui c'est Quique le personnage.

Tiene el cabello rizado, casi rojizo en la superficie, castaño más cerca del cuero cabelludo. Me gusta su cabello rizado; je pourrais bien en étirer un, et regarder comment il rapetisse et se rétire comme un ressort; elle est comme un jouet, mais elle ne l'est pas. Platica con una niña sentada a su lado y con la mujer sentada al lado de la niña sentada a su lado, la única niña de la que he hablado hasta ahora. Supongo que la niña es hija de la segunda mujer de la que he hablado, es decir, de la mujer sentada al lado de la niña sentada al lado de la única mujer con cabello rizado de la que he hablado. (Me gusta hablar claramente.) Unos dientes de la niña sentada a su lado —me refiero a uno de los lados de la mujer con cabello rizado— tienen coronas de metal, otros están ausentes y los demás están muy chiquitos para apreciarlos; la niña come un dulce, un dulce anaranjado, que fácilmente podría confundirse con su lengua a pesar del color, del dulce, no de la lengua. La femme à côté de la fillette à côté de la femme aux cheveux frisés, c'est-à-dire, la deuxième en ordre chronologique dans mon histoire, est remarquablement semblable à la seule fillette dont je parle dans mon histoire. Les deux sont laides: elles ont les lèvres grimacées en museau de chien à la face plate, lo cual hace más ostensible la belleza, sospechada, de la mujer con cabello rizado. La rizada —ya saben de quién hablo, creo: soy muy optimista— casualmente me muestra su rostro de frente; efectivamente es bella, o sea, me gusta. Su barba es partida, ce qui ne veut pas dire que sa barbe est partie, voyons donc: elle n'en a même pas. Son nez, même s'il est grand, n'est pas laid (ou laitte, au Québec, bien que je ne saurais pas s'il serait laitte au Québec, par exemple). Je l'aime, elle me plaît. (Me acabo de dar cuenta que no sólo admiraba la belleza de la rizada, sino también la fealdad de la niña y su por mí presumida madre —que no sé si era presumida—. Bueno, pero admiraba más la belleza de la rizada que la fealdad de las otras dos en mi historia, que en realidad pasó.) Sin darme cuenta, la niña hace algo que hace reír a chicos y grandes: hace reír a ella misma y a la rizada —tal vez debería decir “hace reír a una chica y a una grande”—, la rizada voltea hacia mí con una sonrisa en el rostro: sus dientes son chiquitos, no hay espacios entre ellos que yo pueda ver, se ven muy juntos. Su sonrisa no es bella, más bien chistosa; me gusta lo chistoso. Le sonrío tardíamente, pues estoy concentrado en mirar su sonrisa. Ah, elle me sourit encore une fois; elle me plaît de plus en plus: j'aime ses lèvres couleur du bois Panga-Panga et son menton qui n'a pas une barbe partie parce qu'elle n'en a pas. Le métro s'approche de plus en plus à la station où je dois débarquer en même temps qu'on se regarde par petites durées de temps. Tengo que bajar. ¿Qué hago? De reojo alcanzo a ver su ojo derecho que me mira —es fácil pensar que tiene otro ojo derecho que no me mira, pero no—; la niña y su por mí sospechada madre se encuentran entre ella y yo. Lanza una última sonrisa sin destino aparente pis, câline!, je m'apercois qu'elle se brosse mal les dents.

© Enrique Ruiz Hernández