Luisa Fernanda vive aislada, en una isla, en Luisazulandia, lugar lleno de palmeras de hojas legibles con cocos de letras, como la sopa, la sopa de letras; de hecho, todas las plantas, toda la flora de Luisazulandia son de leghojas. Mademoiselle Lasavante, como algunos la conocen, es la única habitante de la isla. Algo muy interesante y extravagante de la isla Luisazulandia son sus aves: todas reflejan el humor de la Sabia: cuando está contenta, todas las aves exhiben unos vientres abultados y jocosos y unos ojos entrecerrados como después de comer, a punto de dormir; cuando está deprimida o enojada contra el mundo, sus pechos se hinchan, sus ojos se ponen rojos y sus picos se ven más largos y amenazantes.
Pocas veces está cubierta, vestida: para qué vestirse en una isla donde no hay habitante más que uno mismo.
En la arena, recostada, leyendo alguna leghoja, se la puede ver frecuentemente; digo "se la puede ver", porque yo la he visto, desde el aire.
Luisa Fernanda pocas veces se deja llevar, muy pocas; esas pocas veces se la ve retozar como una niña que canta al unísono con alguna canción en su cabeza.
Una sola vez hablé con ella. La extrañé. Ahora sólo la comtemplo, desde el aire.
© Enrique Ruiz Hernández
Pocas veces está cubierta, vestida: para qué vestirse en una isla donde no hay habitante más que uno mismo.
En la arena, recostada, leyendo alguna leghoja, se la puede ver frecuentemente; digo "se la puede ver", porque yo la he visto, desde el aire.
Luisa Fernanda pocas veces se deja llevar, muy pocas; esas pocas veces se la ve retozar como una niña que canta al unísono con alguna canción en su cabeza.
Una sola vez hablé con ella. La extrañé. Ahora sólo la comtemplo, desde el aire.
© Enrique Ruiz Hernández